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Con este episodio, doy comiendo a una nueva serie de capítulos sobre historia LGTB, y lo hacemos con un tema que me lleva llamando la atención más de diez años. Sin exagerar. Cuando tuve que escoger un tema para realizar un trabajo de investigación en bachillerato, enseguida lo tuve claro: todos conocen las prácticas homoeróticas en los hombres griegos, pero ¿qué sucedía con las mujeres? ¿Cómo vivían ellas su sexualidad?
Hoy vamos a hablar sobre el lesbianismo en la antigua Grecia en general y sobre la vida y obra de Safo de Mitiliene en particular.
1. El homoerotismo en la antigüedad
Lo primero que tenemos que tener claro cuando hacemos este tipo de análisis a la Antigüedad es que no podemos poner ciertas etiquetas, ya que distorsionarían su realidad. En la Antigua Grecia no existía el concepto de una mujer atraída por otras mujeres, tampoco sucedía con los hombres. Eso no quita que existieran. De hecho, las fuentes mismas nos demuestran que sí que lo hicieron. Sin embargo, tenemos que tener en mente que no se definían a sí mismo con esa terminología. Por lo tanto, en lugar de hablar de homosexualidad, hablamos de homoerotismo.
¿Se realizaban prácticas homoeróticas en la Antigüedad? Sí.
¿Los hombres y las mujeres se acostaban con personas de su mismo género e incluso se enamoraban de ellas? Sí.
¿Existían matrimonios entre personas del mismo género? Pues también.
Pero empecemos por el principio. Como te tengo demasiado dicho, la mitología de un pueblo refleja su forma de ser y de comportarse. Por eso, es muy interesante analizar las parejas sexuales y afectivas que se dan en la mitología grecorromana para entender qué modelos tenían a seguir.
1.1. Homoerotismo en la mitología grecorromana
Creo que es evidente con una ojeada rápida a cualquier manual de mitología grecorromana que esta civilizaciones disfrutaba mucho de su sexualidad. O, la menos, que todo el colectivo que ahora englobamos dentro de las siglas LGTB se ve representado.
Si nos centramos solo en las prácticas homoeróticas, vemos como varios de los dioses principales, como Zeus o Apolo, mantienen relaciones afectivas y sexuales con hombres. Esto visibiliza muchísimo el homoerotismo griego al que estamos acostumbrado, ¿pero qué hay de ellas?
En terreno femenino, las representaciones mitológicas que nos han llegado no son tan claras. Pero sí que tenemos a nuestra disposición dos mitos especialmente interesantes:
El primero de ellos es el cortejo de Leucito a Dafne. Sí, la famosa Dafne. Leucito conocía el voto de castidad que había hecho Dafne, ninfa de las aguas y sacerdotisa de Gea, representación de la madre tierra. Leucito intentó seducirla transvistiéndose. Haciéndose pasar por un mujer, consiguió convertirse en su mejor amiga, pero se acabó descubriendo el engaño cuando Apolo le dio más fuerza a los rayos de sol y las ninfas decidieron bañarse juntas en el lago. Podéis imaginaros como acabó Leucito.
El segundo mito es el de la conquista de Calisto por parte de Zeus. Este siguió el mismo engaño que Leucito. Calisto era una de las ninfas de Artemisa. Al parecer algo más que una simple amiga, puesto que Zeus consiguió acostarse con ella (y dejarla embarazada) transformándose en su hija Artemisa.
Por lo tanto, vemos como en la mitología se ve representadas estas mujeres atraídas por otras mujeres. Es cierto que las dos fuentes que conservamos no son más que el objetivo de un depredador masculino, pero tenemos que tener en mente que existe más mitología que la que nos ha llegado.
Si me preguntas, seguro que habían otros mitos con clara temática homoerótica femenina; pero los que conservan los textos siempre son los mismos.
1.2. Heterías en la antigua Grecia
Dejemos a un lado el mito y miremos la historia. Hemos dicho que existían las prácticas homoeróticas en Grecia y que no existían las etiquetas que ahora engloban las siglas LGTB, pero sí existían otras etiquetas.
De hecho, el homoerotismo más habitual se daban en las heterías: grupos heterogéneos dentro de un estatus elevado en la sociedad del momento en la que todos sus participantes compartían género. De esta forma, encontramos «clubs de caballeros» en la Antigua Grecia.
En estos grupos, se establecía una jerarquía muy clara entre el maestro y el pupilo. El maestro ofrecía sus enseñanzas, su reputación y su estatus; mientras que el pupilo le ofrecía su compañía. Y sí, aquí tienes que leer entre líneas: se establecía un intercambio sexual entre ambos. Algunas veces se establecía una relación romática, pero otras no.
La pregunta del millón es ¿estaba bien visto? ¿Estaba bien considerado acostarse con personas de tu mismo género? Sí y no. Porque no se valoraba con quién te acostaban, si no que se valoraba cómo te acostabas con esa persona. Y aquí vienen las dos etiquetas que se empleaba en la antigüedad: el activo y el pasivo; el penetrador y el penetrado. La masculinidad y la virilidad se asociaba con un rol masculino, mientras que la pasividad se asociaba a un rol femenino. En otras palabras, el activo dominaba al pasivo.
De esta forma, se consideraba normal que un hombre adulto fuera el activo en una relación sexual con un hombre joven. Y también que este joven fuera la parte pasiva de la relación, puesto que estaba bajo el dominio de su maestro. En cambio, la cosa se torcía cuando los roles se intercambiaban. Todas las críticas contemporáneas a estas prácticas están enfocadas a menospreciar la virilidad de los hombres adultos que contenían verse penetrados por su pupilo.
¿Pero qué sucedía con las mujeres? ¿Existían los mismos roles?
2. La mujer en Grecia
Lo primero que tenemos que tener muy claro al hablar de homoerotismo en la sociedad de la Antigüedad, es que la mujer no tenía el mismo estatus que el hombre. Al menos, no en la mayoría de ciudades. Es importante tener en cuenta que ciudad ciudad se regía por unas leyes diferentes y, por lo tanto, la realidad de nuestras antepasadas podían variar dependiendo de dónde vivían.
2.1. La mujer en Atenas
No quiero que esto sea interminable, así que voy a comparar dos ciudades totalmente diferentes la respecto de la situación de sus mujeres: Atenas, capital de Grecia, y Esparta.
En Atenas la mujer era una ciudadana de segundas. Era siempre considerada la hija, la mujer o la hermana de alguien. Por lo tanto, era una eterna menor de edad, sin derechos jurídicos ni políticos. Toda la vida debía permanecer bajo la autoridad de un tutor masculino.
Su existencia, por lo tanto, se reduce a ser esposa. Solían casarlas entre los 15 y 18 años, aunque este trámite no era más que una entrega de bienes, casi una venta, donde la mujer no tenía nada que hacer ni que opinar. Tanto es así que solo su anterior tutor (padre o hermano, normalmente) podía solicitar la disolución de su matrimonio. Esta es una descripción muy general, sí que existe constancia de grandes mujeres que pidieron y consiguieron su propio divorcio (como Hipareta, por ejemplo). Pero la realidad de la mayoría era diferente.
El objetivo de toda mujer era concebir hijos legítimos para heredar los bienes paternos. Por lo tanto, la fidelidad era algo indispensable en ellas. De hecho, legalmente el marido podía matar al amante de su mujer y devolver a su mujer o, incluso, venderla como esclava. Sin embargo, esta fidelidad no era requisito para el varón. Se aceptaba que recurriera a prostitutas o, incluso, que introdujera a una concubina en el hogar familiar.
Su papel en la sociedad, por lo tanto, era inexistente. Su lugar estaba en el oikos, el hogar familiar. Y se recluían en el interior del gineceo, la habitación de las mujeres. Tampoco tenían ninguna emancipación económica. De hecho, las esposas de hombres ricos no eran más que un bien preciado más y debían exhibir la riqueza de su esposo. Como un florero, vamos.
Ante toda esta situación, la vivencia sexual de las mujeres atenienses se reducían a la vida marital. Estaba estipulado que lo recomendado era mantener tres relaciones sexuales al mes con su esposo. El resto del tiempo, dormían separados. La casa, además, estaba dividida en territorio masculino y femenino; por lo que la mayor parte de su tiempo vivían junto a sus familiares femeninas.
Algo muy interesante es que estaba bien considerada la masturbación femenina, pues se entendía que servía para liberar la libido de las mujeres. Además, existe constancia de algunas prostitutas que trabaja con mujeres. Pero se desconoce si se trata de algo puntual o no. Aún así, la opresión hacia estas mujeres hacía muy difícil que pudieran expresar su homoerotismo.
2.2. La mujer en Esparta
En Esparta la situación de la mujer no tenía nada que ver con Atenas. Se podría decir que la mujer ocupaba un lugar casi de igualdad con los hombres.
Para empezar, lo más destacable es que Esparta ofrecía un sistema educativo obligatorio para hombres y mujeres. El fin de los varones era convertirse en guerreros; el fin para las mujeres era convertirse en madres que parieran niños sanos y fuertes. A pesar de esta clara diferencia de base, ambos grupos recibían una educación similar: se ejercitaba físicamente, además de aprender cantos de memoria y a leer y a escribir.
En cuanto al matrimonio, tenían dos variantes. El tradicional es el mismo que tenían las mujeres atenienses; pero las espartanas podían gozar de un matrimonio mucho más igualitario. Este se daba a una edad mucho más tardía (a partir de los 18) y se mantenía en secreto hasta el primer hijo. Las mujeres, de hecho, ejercían control sobre su propio matrimonio. Su objetivo era producir guerreros fuertes, por lo que se permitían tomar amantes para que sus hijos heredaran dotes físicas determinadas. Por lo tanto, el adultero no estaba penado. Todo lo contrario: entre ellos se prestaban maridos y mujeres. ¿Y nosotros nos creíamos tan modernos con eso del intercambio de parejas?
Otra gran diferencia con la mujer ateniense es que la espartana gozaba de libertad económica. Podían heredar si no tenían hermanos varones vivos y podían administrar sus posesiones con libertad. Un ejemplo muy evidente de esto son la madre y la abuela del rey Agis que entre ambas poseían dos quintas partes de las tierras.
De esta forma, con esta situación casi igualitaria entre hombres y mujeres, es normal que el homoerotismo aparezca de la misma manera que la masculina. Porque sí, del mismo modo que existían clubs masculinos, también existían de femeninos.
Y aquí nos toca hablar de la maravillosa Safo de Mitilene.
3. Safo de Mitilene
Safo de Mitilene fue una importante poetisa que vivió la mayor parte de su vida en Lesbos. Su obra cambió por completo la poesía de la Grecia del momento y se convirtió en toda una personalidad dentro de los círculos literarios del momento. De hecho, fue considera la maestra de los grandes poetas de su época. Tanto es así que Platón la catalogó como la décima Musa.
Y se enamoró de una de sus alumnas.
3.1. Las doncellas de las Musas
La mayoría de poemas de Safo hacen referencia a una grupo de doncellas para las cuales compone sus poemas. Se ha imaginado que esta sociedad femenina era una sociedad de culto, en la que Safo era una sacerdotisa de Afrodita y sus doncellas y de ellas se dedicaban a su culto en la intimidad.
Pero los estudiosos no lo tienen tan claro. Es importante destacar que en Grecia no se separaba el ámbito religioso del profano, por lo que no podemos pensar en esta sociedad como algo estrictamente religioso. Dicho por palabras de Fränkel (1962):
En Lesbos, como en otras partes, la juventud femenina de los estratos sociales superiores se asoció en organizaciones de culto (thiasoi) y, como la religión no estaba disociada de la vida, estos thiasoi lésbicos eran en gran medida instituciones en las que las jóvenes, bajo la dirección de una mujer, se entrenaban en una vida feliz y decorosa para sí mismas, para el futuro marido y para la sociedad
Hermann Fränkel en Poesia y filosofia de la Grecia arcaica
Por lo tanto, Safo adquiere un papel de maestra y enseña a sus pupilas conocimientos apreciados en la vida social femenina: música, danza, literatura y ciencia. Tanto es así que se ha asociado enseguida el papel de esta sociedad lésbica a las heterías masculinas.
3.2. Los poemas de Safo
El homoerotismo de Safo se manifiesta con claridad en sus poemas, especialmente en aquellos que están destinados o dirigidos a sus pupilas. Sin embargo, los historiadores (y recalco con fuerza ese masculino) negaron durante años las relaciones sexuales y afectivas que mantenía con sus pupilas.
Durante mucho tiempo se ha asociado a Safo una leyenda atribuida posteriormente que invalida su evidente homoerotismo. Ovidio, poeta romano, narró como Safo renunciaba a sus relaciones homoeróticas para intentar alcanzar a Faón. Al no conseguir su amor, se suicida.
Durante muchos años se ha valorado este texto como un motivo para invisibilizar sus sexualidad y concebirla como una persona bisexual o directamente heterosexual. De hecho, muchos historiadores no ven en estos dos versos más que una bonita amistad entre dos amigas: “en blancas camas tendida / pudiste saciar tu deseo”
Incluso se ha invalidado el siguiente poema donde emplea un pronombre femenino. Se le ha llegado a cambiar el pronombre original para que todo encajara dentro de la mentalidad de la persona que decía traducirlo o estudiarlo:
A quién he de persuadir esta vez a sujetarse a tu cariño? –pregunta Afrodita a la poetisa, que le implora ayuda en sus cuitas amorosas–, Safo, ¿quién te agravia? Porque si te rehuye, pronto te perseguirá, y si no acepta regalos, los dará, y si no te ama, pronto te amará, aunque no quiera ella.
¿Te imaginas cuántos malabares se tienen que hacer para negarte a aceptar la realidad de una época muy concreta? ¿Tan difícil es observar la realidad y entenderla con sencillez?
Si quieres leer más sobre Safo, si quieres conocer su realidad y sus sentimientos, te animo a hacerte con su poemario. Verás que la realidad de entonces no es tan diferente a la nuestra. Safo sufre por la pérdida, sufre por amor; pero también lo disfruta y habla de sus relaciones sin vergüenza ni tabúes.
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Y eso es todo por hoy. Hoy me he extendido más de la cuenta, pero ya ves que es un tema que me interesa y me llama mucho la atención. Espero que hayas aprendido algo nuevo junto a mí.